“EL
SOBREVIVIENTE”
Yo
no quiero morirme
de
sed,
aunque
en los ríos
y
en los lagos
falte
el agua,
sé
que viviré
aunque
falte el pan
yo
no quiero morirme;
comeré
las hierbas resecas
del
campo
como
ciervo,
desarraigaré
los árboles
los
arbustos
y
estrujaré el jugo
de
las raíces
pero…
yo no quiero perecer;
quiero,
que no llegue
para
mí la noche,
quiero
oír el canto
del
ruiseñor
de
la cuculí
en
los árboles añosos.
Quiero
salir sin afanes,
sin
desamores y congojas
por
los campos,
los
valles,
como
un errante
como
un cosmopolita soñador;
conocer
la fauna y la flora
y
llamarlos por su nombre
como
Adán,
conocer
la vida eglógica
de
los campesinos
y
labrar la feraz tierra
y
de su vientre ver nacer
árboles
cuyos frutos
sean
el pan
y
aplacar el hambre de los pobres.
Quiero
caminar por la vera
del
río Huaura,
conversar
con él,
pedirle
perdón,
por
no cuidarlo,
por
mi raza,
que
trata de extinguirlo
día
a día,
por
los peces extintos
de
su cauce,
por
los camarones
y
sus crías,
también
en extinción.
Quiero
dejarlo todo
e
ir por el campo
como
bestia salvaje,
enrumbarme
como cuadrúpedo
en
su espesor
y
sin retorno
perderme
en su seno.
Quiero
dejarlo todo,
dejar
la contaminada ciudad,
que
me asesina día a día
con
su aire deletéreo,
quiero
huir
como
gacela al campo
y
apartarme de tumultos,
de
injusticias
que
me emponzoñan,
que
me acongojan
y
me encorvan
de
tristeza;
no
puedo sufrir,
ver
mi raza de hinojos
suplicando
el pan,
ver
mi gente llorando
por
un pedazo
de
tierra muerta
allá
en los olvidados cerros,
ver
a mis hermanos
con
los lomos lacerados,
ver
mi mundo
sin
poder soportar
su
propio peso,
ver
nuestro mundo agonizar,
ver
nuestros lagos morir,
ver
el odio crecer
entre
hermanos
como
la cicuta.
Como
ave
comeré
semillas,
volaré
como águila
embelesado
por
la majestuosidad
de
la naturaleza;
desde
la copa
de
los árboles centenarios
contemplaré
el crepúsculo
de
la tarde,
hasta
que, el sueño
llegue
a mí,
como
irracional viviré
en
los bosques
sin
pensar en mañana,
como
loco sin razón
caminaré
arrastrado
por
el viento
sin
destino cierto,
pero
también,
sin
remordimientos
sin
fracasos;
por
instinto
como
las hormigas
caminaré,
buscaré
mi miel
como
las abejas
entre
las flores,
de
noche,
con
las luciérnagas
será
mi andar,
abriendo
senderos
por
dónde no los haya.
“El
Insondable Amor del Poeta”
Te
amé como nunca amé a ningún primer amor
¡Oh
Musa! te amé con locura,
adoré
tus ojos, tu voz, tu faz,
te
idolatré tanto amor;
mis
brazos alegres también te amaron,
mis
labios sedientos hallaron en los tuyos
el
manantial que los saciaron.
Tú
mi musa, ahora me dejas solo,
y
en la obscuridad de no verte a mi lado;
compungida
mi alma,
te
llora como un expósito,
por
las calles sin vida,
camino
yo, también casi ya sin vida, y sin ti,
solo
con los recuerdos
de
los días venturosos del amor;
ahora
estoy sin ti
mi
cielo,
sin
ti, Musa,
y
no sabes cómo me duele el corazón,
que
a cada instante que tu ausencia me asedia,
se
rompe como un débil cristal en mil pedazos,
¡Oh
mi cielo!
¿por
qué huiste del abrigo de mis brazos
a
otros mendaces y ruines?
solo
el tiempo, será juez justo,
y
quizá fiel me halles esperándote.
Al
final de tu escabroso camino,
cuando
estés languideciendo de sed,
de
desamor, por los embates del destino
yo
bardo enamorado, no te podré olvidar,
te
esperaré hasta el fin del mundo,
y
cuando vuelvas traerás contigo
mi
corazón que te llevaste al dejarme sin ti
y
que te entregué en cada beso,
y
en cada sílaba
que
te dijera al oído, mi cielo, mi amor.
Te
amo tanto que no hay noche silenciosa,
que
yo no pronuncie tu nombre
al
viento errante,
y
no hay noche estrellada
con
murmullo de grillos melancólicos,
que
yo no te busque entre las estrellas,
y
no hay instante de mis días
que
no vislumbre volver a verte
volver
a tenerte entre mis brazos
y
acariciar tus labios con mi amor,
mi
única Musa.
“EL
CENTINELA”
Desde
mi morada contemplaba
como
un ave en la copa de un árbol,
con
las cejas fruncidas por los rayos del sol
y
la mirada clarividente como de águila,
las
verdes y lozanas chacras
donde
crecían erguidos los sembríos
y
los caseríos antiguos de adobe,
circundados
por verdes platanales
a
orillas de las acequias;
vacas
y ovejas paciendo,
pincelaban
de blanco
el
verdor de las praderas
y
un colosal cerro
de
entrada, al anchuroso mar
como
ballena varada en sus playas
y
saturadas las peñas de aves guaneras,
guachos
de anchos picos
devorando
pequeños peces,
gaviotas
de acrobático vuelo
embistiendo
la mar,
y
las lanchas tornando
al
hogar,
atestados
de peces;
Carquín
al frente,
Centinela
a la derecha,
y
en lo alto, el cielo herido
atravesado
de rato en rato
por
las aves errantes,
anunciando
el final de la tarde.
Poema
IV
Contemplé
tu huida,
te
ibas rauda, sin siquiera mirarme,
todo
fue tan rápido que la lejanía te devoró al instante.
Tú,
mi Musa de alba faz y blondos cabellos,
cuándo
entenderás que no hay cielo,
ni
tierra,
ni
mar,
ni
distancia,
que
te oculte a mis ojos,
y
en que no te pueda alcanzar,
eres
mía,
eres
solo para mí.
Después
de tu huida, yago cautivo
en
la mazmorra de la desesperanza,
yo
nómada y acezante por mis agonías de desamor,
me
extravío obnubilado cada vez más,
en
el laberinto de tus recuerdos,
la
incertidumbre me asalta día a día,
y
tu ausencia satura mis nostalgias,
oteo
el horizonte surcado por bandadas
de
golondrinas oscuras como un mal augurio
que
medran mis pesares, en estas horas de dolor,
pero,
sueño quizá como aterida paloma, te vea volver
ávida
de la calidez de mis amores.
¡Oh
Musa soñada!
quiera
mi amigo el viento
traerte
entre sus alas, a mis brazos
a
mi nidal de amor escogido solo para ti;
quieran
las aves errantes, darme indicios
de
tu presencia contigua, más aún para mi latente;
quiera
el mar sosegado, traerte entre sus mansos raudales
hacia
mi puerto de esperanza.
Quiera
ahora el sino adverso tornarse en mi bienhechor renuente,
y
traerte hacia mi último lecho, y quizá por última vez te
contemple:
tan
bella, ideal, angelical y sublime, ¡amada del poeta!
cuándo
entenderás que yo te elegí mi Musa de alba faz y blondos cabellos.
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